Elogio de Tedorov

Lope Agirre

 

La concesión del Premio Principe de Asturias, en el apartado de Ciencias Sociales, a Tzvetan Todorov, es el reconocimiento a uno de los intelectuales más lúcidos e interesantes de las últimas décadas. Aunque sea búlgaro de origen, su pensamiento actual sólo puede entenderse desde la perspectiva occidental, adquirida, concretamente, en Francia, a donde llegó en 1963. Él venía de un estado totalitario, y sus amigos de entonces, sus colegas de la Universidad, querían ir allí. No lo entendía: “Lo que para mí fue entonces un misterio era que gente que consideraba libre e inteligente simpatizara con un régimen del que yo había huido. En París no había hambre sino abundancia; no existía un Estado represivo, había libertad. Así que me producía la mayor de las perplejidades que algunos defendieran un sistema totalitario”. Criticó duramente a la intelectualidad parisina, más preocupada en cultivar su “ego” que la verdad, más aferrada a sus dogmas que a la realidad. Simpatizó con Camus, antes que con Sartre: “Ciertos caprichos, ciertos extravíos son perdonables, incluso seductores, cuando se tienen veinte años, pero a su edad y con su experiencia eran sobre todo la prueba de una inmensa (y culpable) inmadurez política”. Aunque se pueda estar de acuerdo o no con la apreciación sobre el final de Sartre, ciego por el abuso de anfetaminas, repartiendo propaganda maoísta, su figura marcó todo el pensamiento filosófico y moral de la posguerra. Las caídas, en general, son más ridículas que las subidas. El de Althusser, compañero y amigo de Todorov, fue lamentable. Murió solo en un asilo. Poco gente acudió a su entierro. Él que lo dio todo por la revolución, excepto su vida, claro. Cayó el muro de Berlín e incapaz de confesar que se había equivocado, como todos muchos nos hemos equivocado alguna o muchas veces en esta larga vida, y de asumir las consecuencias, loco de sinrazón, estranguló a su mujer. Fue un suicidio diferido.

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