Empieza a oler mal

Aitor Riveiro

Dicen que con la muerte de Leopoldo Calvo Sotelo España pone fin a una época y entierra junto al que fuera presidente del Gobierno en una época convulsa y apasionante, a toda una generación, la de la Transición. No voy a decir yo que no, si decenas de analistas, opinadores y columnistas lo dicen. Pero no me parece que la España de finales de los 70 y la de hoy sean tan diferentes.

Una de las cosas que más me fascinan (y más me repugnan) de mis conciudadanos es la facilidad que tienen de subirse a los barcos en el último momento. Los pocos miles que lucharon de verdad contra el franquismo y dieron sus vidas (algunos figuradamente; otros, por desgracia, no) por la democracia se han convertido en millones; si echáramos la cuenta, saldrían más antifranquistas que españoles, lo que no deja de tener su gracia.

40 años después, vivimos algo parecido con un enemigo distinto: las constructoras. Durante años y años, decenas de miles de españoles se han dedicado a especular sin ton ni son. De ello se han aprovechado políticos, registradores, notarios, funcionarios, ‘correveidiles’, ventajistas… pero también peones, fontaneros, fabricantes de ladrillos, transportistas, ingenieros, arquitectos. Compro por uno, vendo por 100 y en el camino reparto 50.

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