Sentimiento y nación (2)

Lope Agirre

En primer lugar y, antes de entrar en el tema, quisiera aclarar algunos conceptos que, o bien no se entendieron, o no los supe expresar de forma más clara. No estoy en contra del sentimiento, ni de la razón. Ni creo que el sentimiento sea del todo irracional; ni la razón, del todo racional. Lo contrario de la razón no es el sentimiento, sino la locura. Contrario del sentimiento es, asimismo, la locura. La razón forma parte del corazón, pero no lo dijo Pascal, sino Spinoza. Yo también amo a mi país y amo mi lengua materna, que es el vasco. Pero es algo normal, porque en la familia de los Agirre no se habla en castellano más que con los desconocidos. Una vez escuché a Anasagasti decir en una conferencia que él amaba la lengua vasca, a lo que le respondió alguien que cómo podía amar algo que se desconoce. Iñaki Anasagasti es nacionalista, pero no euskaldun. Sin embargo, según el imaginario nacionalista, Anasagasti siempre ha sido más vasco que Mario Onaindia, que fue escritor euskaldun, pero no nacionalista. Ya lo dijo Sabino Arana: “Nada es el saber el euskera, no siendo patriota. Todo es el patriotismo, aún no sabiendo euskera”. Así son las cosas del querer. Amo a mi país, a veces, profundamente, y lo odio, a veces, profundamente también. Un Agirre, bisabuelo de quien esto escribe, guerreó en la carlistada con el Cura Santa Cuz. Se salvó de ser fusilado, al vestirse con los vestidos de su mujer y pasar por ella. Acabó en Méjico, combatiendo con Zapata. Luego volvió y se reconcilió con mi bisabuela, pero esa es otra historia. A otro Agirre, mi padre, lo rindieron en Santoña sus jefes. En los libros de texto no se menciona tal hazaña, por supuesto. Acabó en un batallón de castigo, construyendo el aeropuerto de Sondika. Esa es la causa de que un servidor nunca haya tomado el avión en Bilbao. Conozco el nacionalismo vasco y lo respeto, en la medida que se deja respetar. Antes de Sabino Arana, el vasco hablaba o escribía en su lengua, sin pensar demasiado en la patria. Para él, lo más importante era su casa y luego la provincia, y los Fueros, claro. Euskal Herria o País Vasco era un ente conocido, las provincias en las que se le entendía en su lengua, y no era poco. Pero dicho concepto, Euskal Herria, ha tenido, generalmente, un sentido cultural. Es Sabino Arana, admirador de san Ignacio, cuya compañía imita el PNV en sus inicios, quien comienza a dotar de sentido político a lo que hasta entonces no era más que una manifestación cultural. Euzkadi (con z), según Sabino Arana, es la patria de los vascos; son las siete provincias que hay que recuperar y liberar. El euskera es importante, como frontera entre los propios y extraños: “Muchos son los euskarianos que no saben euskera. Malo es esto. Son varios los maketos que lo saben. Esto es peor. Gran daño hacen a la patria cien maketos que no saben euskera. Mayor es el que la hace un solo maketo que lo sepa”. Sabino Arana se veía a sí mismo como un profeta, un san Ignacio renovado. Estaba muy influenciado por ese jansenismo que los jesuitas predicaron a lo largo y ancho del país. Gran paradoja, porque fueron los jesuitas los que acabaron con la influencia de los jansenistas en Francia. Para él sólo había una cosa importante, más que la independencia de Euzkadi, más que el amor al euskera; era la salvación de su alma. Lo escribió él: “Si, señor; ese partido (PNV) quiere para Euzkadi la unidad católica con todas sus consecuencias; quiere ante todo y sobre todo a Jaun-Goikua, Dios;  si quiere que Euzkadi sea libre e independiente, es para servir mejor a Dios, como le servía antes de caer en la dominación española.” Sigue leyendo