Sobre la mentira en política

Lope Agirre

El texto del catecismo era claro: “Mentir es decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar”. Tengo amigos que, en teoría, no aceptan la mentira, bajo ninguna circunstancia. Dicen que ellos, por imperativo moral, no mentirían jamás. Pero yo les digo que dicho imperativo puede ser contrario a la necesidad de sobrevivir. En caso de que nuestra vida estuviese en peligro y si la salvación dependiese de una mentira, sin que las consecuencias de ella implicaran un mal a otra persona, ¿dudaríamos en mentir? Pedro mintió, no una ni dos, sino tres veces, y llegó luego a santo. Tal es el ejemplo de la Iglesia.

Los gobiernos mienten a menudo a los ciudadanos, a veces consciente y a veces inconscientemente. Lo hacen, por debilidad, para evitarse reproches o para ocultar actuaciones incorrectas, o porque piensan que el ciudadano no tiene derecho a saber más de lo que sabe. “Nosotros no hemos sido” es un argumento muy utilizado, cuando las preguntas que se hacen no tienen respuesta, o la respuesta que se tiene no es conveniente que se divulgue. Si yo fuese Presidente del Gobierno y me preguntaran sobre lo sucedido en la negociación con ETA, poco añadiría a lo aparecido en los periódicos, porque hay ciertos secretos que es mejor no airear, por la seguridad del Estado y por la tranquilidad de los ciudadanos. Si yo fuese Ministro de Economía, tampoco andaría proclamando a los cuatro vientos la realidad de la crisis, porque podría crear pánico, y sería peor el remedio que la enfermedad. Hay verdades que es mejor desconocer, por el interés público, y por prudencia, que es una de las grandes virtudes, creo yo. Sé, por experiencia, que los médicos no dicen todo lo que saben, cuando se les pregunta por un enfermo. No es que tengan por honra mentir, sino que miran el daño que puede causar la verdad en los familiares, si no están preparados para recibirla tal y como es. “Mentira piadosa” se llama.

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