Lope AgirreEl descrédito de la cultura ha llegado a unos lÃmites difÃciles de soportar, para todo aquel que ha tenido alguna vez sensibilidad artÃstica y sentido primario de la belleza. Es como si el minutero de la existencia se hubiese parado, como esos dulces relojes de torres abandonadas en medio de páramos, desiertos o montañas nevadas, y hubiésemos vuelto la vista, el oÃdo, el olfato, el gusto e incluso el tacto, no unos años atrás, cuando la Transición comenzaba, dubitativa e incierta, su andadura, sin demasiada seguridad y no se sabÃa lo que darÃa de sÃ, ni de nosotros, sino a una época anterior. La cultura, más que una realidad, era la esperanza de un cambio profundo en las estructurales mentales e imaginarias de la sociedad, anclada en la zafiedad deliberada por un régimen, a cuya cabeza visible se encontraba un hombre de cuyo nombre no quiero acordarme, que era todo menos lo que su apellido daba a entender. Los hombres y mujeres que cultivaban algún tipo de arte comenzaron a ser conocidos, además de respetados. A nadie se le ocurrÃa en aquella época llamarlos “titiriterosâ€, “holgazanesâ€, “bufonesâ€, “ladronesâ€, “siervos del poderâ€, “arrimados al pesebreâ€, peseterosâ€, entre otras lindezas. ¿Qué ha sucedido? ¡Que responda el sociólogo de guardia, o calle el cayado de su voz para siempre!Â
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