Las bondades de la izquierda fragmentada

Aitor Riveiro

En España tenemos unos cuantos temas recurrentes en los debates políticos. ETA, el papel de la Iglesia en el Estado, la (mitificada) sobrerrepresentación de los nacionalismos en las Cortes Generales, si Raúl debe ir o no convocado con la Selección… y la fragmentación de la izquierda. Siempre que se acerca una convocatoria electoral, sea de la índole que sea, son legión las voces, muchas de ellas respetables, que piden la refundación (y refundición) de la izquierda española bajo unas únicas siglas.

La idea es buena: hay que evitar que la dispersión de votos y un sistema electoral no especialmente bueno reste representación a la izquierda en parlamentos y consistorios. El punto de partida del análisis también: es cierto que España es mayoritariamente de izquierdas y que Izquierda Unida, por ejemplo, resta votos fundamentales al PSOE en lugares donde, por mor de la proporcionalidad, la formación de Llamazares no consigue concejales o diputados. El último ejemplo lo vivimos en Extremadura, donde un inconcebible 5% dejó a 40.000 ciudadanos sin representación en Mérida.

Por suerte (o por desgracia) la política es de todo menos una ciencia. Unas premisas correctas no siempre derivan en un resultado lógico y muchas veces el efecto conseguido es el contrario. Ese efecto sería la desmovilización de la izquierda más radical y la tendencia al centro del partido resultante, por lo que se perderían decenas de miles de votos y las políticas que pudiera llevar a cabo un supuesto gobierno respaldado por esa gran formación progresista serían de todo menos eso, progresistas.

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