El amo de El Mundo

Permafrost

Hace tiempo que, en mi personal e imaginario museo de los horrores, el Sr. Pedro J. Ramírez ocupa un señero pedestal de priápica robustez, acorde con el exuberante e impertinente onanismo ególatra del sujeto. Hoy es tan buen día como cualquier otro para dedicarle unas primeras líneas a este aprendiz de Rasputín, al hilo de algunas manifestaciones de obsoleta actualidad [Permítanme el oxímoron postvacacional, es sencillo: la cosa viene de lejos, sus coletazos son recientes y reflejan características de perenne presencia]. Uno de los rasgos del Sr. Ramírez que suscita mi desconfianza es su aparente ubicuidad. En sus mejores semanas, escribe su carta-homilía dominical en el rotativo que regenta, comparte micrófono con el santísimo representante de la verdad revelada, sienta veloz cátedra en 59 segundos y no se pierde ningún sarao mediático-político donde regalar a los asistentes el don de su incontinente dominio de la todología. Para mí, es una cuestión de principio, como aquello de “la mujer del césar…��? o como las normas que establecen incompatibilidades entre cargos públicos o supuestos de recusabilidad de los jueces: no se trata tanto constatar una irregularidad fáctica como de prevenir, por una prudente estimación de probabilidad, peligros situacionales. Soy de los que piensan que la hiperactividad candelera de quienes se suponen gestores de información es un deporte de riesgo, poco compatible con una aproximación veraz a la noticia y más proclive al chalaneo de los muñidores: demasiados compromisos, demasiados intereses, demasiadas implicaciones, demasiadas opiniones que se necesita confirmar.

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