¿Culturas o coartadas ?: integración en Europa

Frans van den Broek

La historia de muchos inmigrantes en Europa comienza de la manera más obvia: habiendo nacido en el país inadecuado. Mejor dicho, en la cultura inadecuada, porque los países son vastas abstracciones cuyos habitantes, en general, pertenecen a tribus distintas y muchas veces saben poco o nada del resto. Las culturas, en cambio, tramontan las fronteras y residen en la mente de los seres humanos, y las mentes, como el espíritu, soplan donde quieran. O donde las dejan, al menos. Nacer en Malawi no es lo mismo que nacer en Suecia, pero más importante que nacer en Malawi o en Suecia es nacer en la familia correcta, en la clase correcta, ir al colegio correcto, a la universidad correcta, al trabajo correcto. Por correcto quiero decir decente y por decente, mínimamente respetuosos de lo que reconocemos en nuestra cultura como derechos inalienables del individuo. No todo el mundo tiene ese privilegio, y ciertamente no todos los inmigrantes que arrivan a estas tierras con la esperanza de transformar sus destinos para bien. Lo correcto también significa, lamentablemente, la inevitable injusticia de nacer como parte de las redes sociales privilegiadas de cualquier país, pero aquí hablo de derechos mínimos y de aspiraciones humildes, como el derecho al trabajo y a alimentar a la propia familia, la posibilidad de una educación accesible y satisfactoria, la certeza de que la ley sirve para proteger y no para explotar, y la libertad de tomarse unas cervezas en la puerta de la casa los domingos, sin temor a que el próximo bestia que tuerza la esquina le pegue a uno un tiro sin remilgos.

 

Por razones de trabajo tuve contacto con muchos de estos inmigrantes, y algunas de sus historias me convencieron de que algo andaba mal en el sistema de acogida, si es que era posible que les pasara lo que les pasaba a algunos de ellos. No puede negarse que muchas cosas funcionan y de que, en general, los inmigrantes pueden gozar en estos países de muchas ventajas que sólo son sueños en sus países de origen. Pero una legislación permisiva no siempre ha resultado en una mejoría de sus situaciones humanas. Entre otras cosas, porque ciertas ideas propias del multiculturalismo han asumido, al menos hasta no hace mucho y sin demasiada evidencia al respecto, que toda cultura es equivalente y merece ser protegida. Todos somos iguales ante la ley, y por tanto, toda cultura también habría de serlo. Pero esta idea, por bien intencionada que haya sido, es errónea y hasta dañina, como lo prueban las historias de miles de inmigrantes por estas tierras. 

 

Este tema ha sido ventilado de mil maneras en muchas partes, de modo que lo que pueda decir será magro en comparación, e irrelevante tal vez. Pero ¿cuántos inmigrantes deben sufrir en carne propia las consecuencias de una política miope para que sus casos sean relevantes? Contaré, por tanto, sólo uno de ellos, por simple mor de ganarle al olvido la dignidad que pierde muchas veces el presente ante nuestra indiferencia. G., mujer nacida en Afghanistan hace unos 38 años, vino a la oficina donde yo trabajada a pasos lentos y algo encorvados. G. es una mujer de belleza agreste e intensa, con ojos de profundidad oriental (si me perdonan el cliché, pero no tengo otro), un cabello rizado que parece querer volar en todas direcciones y una sonrisa enternecedora que revela unos dientes cuya perfección la haría candidata ideal a algún concurso de dentífricos. Vino a mi oficina por simple rutina burocrática, la que nos hacía inquirir en las situaciones de los así llamados clientes, esto es, gente desempleada que recibía ayuda del gobierno municipal. Pero muy pronto se estableció una atmósfera de confianza que le hizo posible contarme algo de su vida pasada. Me ayudó a ello el haber leído algunas cosas sobre su país, el demostrar respeto por su trasfondo cultural y religioso, y el saber olvidar que se trataba de una entrevista de trabajo, y no de un encuentro de dos seres humanos procedentes de continentes distintos a quienes las ineluctables ruedas de la modernidad habían traído hasta aquella oficina deslustrada.

 

 Lo primero que supe es que tenía la espalda destrozada. Dos operaciones la habían ayudado en algo, pero aún sufría los efectos de los clavos allí metidos y de las palizas que originaron la quebradura de las vértebras y la eclosión de dos hernias. Caminaba por ello con lentitud, y su rostro reflejaba aún la tristeza de una vida entregada al absurdo. Como tantas mujeres en su país, G. había sido entregada por su padre a un marido que ni siquiera había conocido antes del matrimonio, algún lejano pariente, creo recordar. Antes de ello, su condición de mujer la había condenado a la iliteralidad, a pesar de su inteligencia, y esto en una familia de gente de clase media con profesiones liberales, como su padre, profesor en la universidad. Estas transacciones matrimoniales son también comerciales, pues el padre había recibido una cantidad determinada, que ella nunca supo, pero que aseguraba debía haber sido sustancial. Para todos los efectos del caso, G. había sido vendida a la familia del marido. 

 

El marido, sin embargo, la despreció desde el primer instante. Él mismo estaba molesto por la imposición de una mujer que no quería y no le hizo jamás caso alguno, relegándola a las tareas domésticas. El pudor me impidió preguntar si dicho marido había, no obstante, hecho uso de sus derechos viriles, pero creí columbrar que no era el caso. Este hecho no carece de importancia, habida cuenta de la atención que se da a la virginidad en ciertas sociedades. Como fuera, los acontecimientos se precipitaron y G. tuvo que huir de Afghanistan por la llegada de los miserables talibanes. Su padre logró encargarla a algún traficante de refugiados, y logró llegar a Groningen, en el norte de los Países Bajos, donde vivía el hermano de su marido con su familia. Tuvo que instalarse allí en espera del marido, pero al poco tiempo le llegó la noticia de la muerte del mismo a manos de los talibanes. Pude adivinar que esta muerte le dolió, pero también que le causaba cierto alivio, pues la liberaba de las obligaciones maritales. Pero no podía estar más equivocada. La familia del marido consideraba que G. les pertenecía, pues habían pagado por ella con la dote, y además había estado casada con el hermano, lazo que no se suponía quebrado con la muerte. Antes de darse cuenta, G. se convirtió en esclava de esta familia, que la usaba para todas las tareas domésticas, abusaba de ella, y la trataba como a una inferior. Hubo violencia física, de tal grado, que en cierto momento no pudo ponerse más de pié. Por días enteros consideraron que se estaba haciendo la enferma, obligándola, con una hernia o una fractura de vértebra, a seguir trabajando. Convencidos finalmente de su invalidez, llamaron al médico, quien constató la gravedad del caso.  

 

Pero esto no fue el final, puesto que tuvo que volver a la casa, con remiendos y parches, para seguir la misma rutina de esclavitud. El abuso, además de físico, era psicológico. La amenazaban con la muerte si se le ocurría pensar en algún otro hombre. La acusaron de instigar a la esposa afghana de otro familiar a querer divorciarse del marido, no mejor educado que el resto de la familia, por lo que también la amenazaron con la muerte. G. acudió a su padre, llamándole desde Holanda para contarle lo que pasaba, pero la inevitable respuesta del mismo fue que ella debía cumplir con su deber, y su deber era quedarse con la familia del que había sido su marido. Cualquier otra opción sería una deshonra para la familia, y significaría el extrañamiento definitivo. Después de verse atrapada por un par de años, G. empezó a contactar a la agencia de refugiados local, y a tratar de aprender el idioma. Una empleada notó el estado de G. y se acercó a ella con gentileza y tacto, para no alertar a nadie.  

 

Poco a poco empezó a convencerla de que no podía seguir así, y de que debía tomar medidas, aunque significaran un cambio muy grande. Al final, G. llegó a la conclusión de que o bien se alejaba de todo lo que conocía hasta entonces, o bien moriría lentamente (o incluso violentamente) a manos de la familia del ex-marido, de modo que huyó. Se refugió en una de las casas para mujeres maltratadas, cuya dirección es secreta, se recuperó lo que pudo, y se mudó a Amsterdam. Aquí estuvo un tiempo en una casa similar, hasta que consiguió su propio piso, y siguió estudiando el holandés, el que ya podía hablar con relativa fluidez cuando nos encontramos. Seguía afectada de la espalda, como dije, pero lo que todavía la afectaba más era la amenaza de que la familia aquella la encontrara y tomara venganza. Su padre, a quien contactó tras la huída, la había simplemente desheredado, en el sentido completo del término. Le había dicho que no la consideraba ya más su hija, a ella, que había adorado a su padre. La reacción de la madre, me imagino, sería la misma. Los hermanos del ex-marido estaban en su busca, de lo que se había enterado a través de contactos del mundo afghano. Vivía aterrorizada y apenas se atrevía a salir a la calle. Se había cambiado el nombre en varias instancias para que no la reconocieran, aunque estaba obligada por ley a usar todavía oficialmente el nombre del marido, el que no podía cambiar porque no había manera de conseguir un certificado de defunción del mismo. En las varias veces que hablamos me contó incidentes propios de una película de espías: anónimos en su buzón, gente misteriosa de apariencia afghana que la perseguía a distancia, coches que hacían lo mismo, llamadas, advertencias de terceros. Tuvo que sufrir la humillación de ser aproximada por algún alcahuete de poca monta –extranjero también, de por esos lares- que la quiso utilizar para alguno de sus puticlubs o algo así, presumiblemente porque una mujer divorciada sólo valía para puta, sobre todo con su belleza.  

 

Pero a pesar de todo, se negó a rendirse y la última vez que la vi seguía estudiando el holandés y quería buscar algún estudio con el que cualificarse para el mercado laboral. Pocas veces he visto semejante entereza en algún ser humano, y debo confesar que cuando se iba me quedaba siempre con un nudo en la garganta. Supongo que le irá mejor ahora, y nada le deseo más. Esta experiencia, sin embargo, y muchas similares, me hicieron pensar en mis años anteriores trabajando para promover la sociedad multicultural en Amsterdam. La idea nodal de dichos esfuerzos se resumía en el eslogan de ‘integración con preservación de la propia identidad’. Desde el inicio, dichas ideas me parecieron sospechosas, sobre todo la promoción instigada por mi organización de la creación de lo que llamaban un ‘pilar islámico’, que al hacerse fuerte podría negociar en igualdad de condiciones con los otros participantes sociales, el gobierno incluido. Recuerdo que mi principal objeción fue que me parecía la mejor receta para crear guetos culturales, de mínimo contacto con la sociedad holandesa, como no fuera para pedir subsidios o demandar más derechos. Lamentablemente, el tiempo ha acabado dándole la razón a mis sospechas.  

 

No es el Islam, por supuesto, en tanto religión, el causante de los problemas de integración, sino la noción de igualdad étnica o cultural (que no hay manera de distinguirlos, a veces), basada en ciertas ideas abstractas de identidad, con poca o ninguna relación con lo real. En pocas palabras: no todas las culturas son iguales, y no es que, parafraseando a Orwell, algunas sean más iguales que otras, sino que determinados hábitos, más o menos centrales a la sociedad  a los que pertenecen, son francamente criminales, vistos desde la óptica de una sociedad democrática moderna. Sería ingenuo pretender que las sociedades occidentales democráticas deban ser el modelo a seguir en todos los terrenos. Hay algunos aspectos de las mismas seriamente repugnantes, otros simplemente estúpidos, y hasta es posible discutir la metafísica vigente en la visión del mundo que nos caracteriza en general. Pero existen algunos principios más o menos aceptados universalmente que deben ser mantenidos en todas las circunstancias, trátese de la sociedad que se trate. Cada cultura tiene aspectos valiosos, quiero creer, pero también otros deletéreos, juzgados, repito, desde una óptica que podría llamarse el mínimo común denominador de los valores éticos pertenecientes a la especie humana.  

 

En ninguno de mis mundos posibles debería ser aceptable romperle la espalda a una mujer inocente, por más consagradas que estén estas costumbres en la tradición. Debo insistir en que esta costumbre es cualquier cosa menos islamita, porque el Islam representó un avance considerable en los derechos de la mujer, pero es en muchas sociedades que están bajo la influencia de esta religión que hoy en día encontramos estos comportamientos abominables, por la razón que fuera. Estas costumbres, como lo demuestra la historia de G., no desaparecen una vez cruzadas las fronteras, y es indignante comprobar que gente con dicha mentalidad está siendo pagada generosamente con los impuestos de todos para que le rompa el lomo a la esclava de turno. Dicha gente sólo puede tener un destino en una sociedad democrática: su expulsión inmediata, cuando no su internamiento en una cárcel. Pero no son pocas las veces que he debido escuchar monsergas sobre el relativismo de las culturas y la necesidad de comprender el que muchos inmigrantes quieran aislarse en guetos insondables, mientras se les subsidia el desprecio por el mundo occidental del que se aprovechan. Sé que este discurso es aprovechado hoy mismo por fanáticos de otra laya, como el ya famoso Wilders en Holanda, u otros representantes de la política populista del momento, personajes no menos abominables para mí que la ex-familia de G., pero no se puede tapar el sol con un dedo. Personalmente, preferiría una apertura irrestricta de fronteras, salvo para aquellos cuya única intención es aprovecharse de los estados que los financian, mientras refuerzan su desprecio de los mismos en los guetos en los que se aíslan. Ya quisieran nuestras medio aletargadas sociedades occidentales tener más mujeres como G., llenas de coraje y energía a pesar de la adversidad y el temor, pero bien podríamos aligerarnos de animales como su ex-familia, financiados con las arcas del estado y nada tímidos para hacer daño. Como dijera un viejo político peruano, es nuestra obligación ser tolerantes con todo, menos con la intolerancia, propia o ajena. Intolerancia que no puede excusarse en identidades culturales de ningún tipo.

18 comentarios en “¿Culturas o coartadas ?: integración en Europa

  1. Gracias, Frans.

    Siniestro, lo del multiculturalismo.

    Me ha interesado mucho el principio de tu planteamiento: hasta qué punto condiciona los comportamientos el haber nacido, como dices, en la cultura (familia, clase social) «correctas». Esto es; dado que los parientes políticos de G. consideran que están haciendo lo justo cuando la tunden a palos, ¿disminuye ello su responsabilidad? La respuesta obvia es «no». Eso lo vemos claro en Holanda: quien haya llegado hasta allá conoce el mundo suficientemente para saber que repugna a la condición humana el torturar a otro ser de la especie. Pero, suponiendo que el drama se desarrollase en Afganistán, ¿cambiaría la cosa? ¿Hay algún nivel de desinformación o de subdesarrollo que pueda condonar comportamientos tan inaceptables? Mi respuesta es «no». Se va afirmando en mí cada vez más la convicción de que la responsabilidad individual en cada decisión es insoslayable. Siempre hay margen para hacer las cosas mejor o peor, provocando más o menos daños. Cierto es que «nuestra» cultura, la de quienes han dado fundamento teórico a la práctica de la tortura en Guantánamo o en Israel (recuérdese lo de la «presión moderada» del TS), no presenta tampoco un expediente impoluto.

    Las religiones: qué tinglado montado por los hombres para perpetuar la dominación secular sobre las mujeres. Y, por mucho que se pretenda deslindar el islam de las prácticas bárbaras que lo invocan, la realidad es que esa religión no es menos nefasta que las otras.

    Abrazos para todos.

  2. La prosa de Frans van den Broek siempre me cautiva, pero el artículo de hoy me parece especialmente brillante. Suscribo su contenido por completo, pues expresa perfectamente lo que yo mismo pienso de este asunto.
    A mí no me va nada eso de ir por ahí de «multiculti» cool. Siempre que oigo o leo este tipo de relatos lacerantes recuerdo una cita generalmente atribuida al General Napier, en relación con la horrible tradición hindú del sati (quemar a la viuda en la pira de su marido muerto):

    «You say that it is your custom to burn widows. Very well. We also have a custom: when men burn a woman alive, we tie a rope around their necks and we hang them. Build your funeral pyre; beside it, my carpenters will build a gallows. You may follow your custom. And then we will follow ours»

    Saludos a todos y mi felicitación al articulista.

  3. Hola a todos,

    Hola Frans, lo que cuentas en tu artículo (y así de bien contado) hace que me tenga que levantar varias veces mientras leo, no puedo hacerlo del tirón, me entran los siete males. Para mí el valor de esta mujer tiene más mérito si cabe porque no viene acompañada de ningún tipo de apoyo, ni en ese momento ni desde que es pequeña, eso es de lo más triste. Siempre ha sido tratada como un mero objeto (como el resto por aquellos lares y lares no tan lejanos) y lo que le ha hecho huir ha sido el instinto de supervivencia, ni siquiera el orgullo. Los animales no hacen esas barbaridades. Esas barbaridades ocurren precisamente porque son seres humanos. Desde luego cultura cultura no es, me creo más que es una coartada para ser burro sin consecuencias, porque también me creo que saben perfectamente que están haciendo el mal, pero lo tienen permitido. Tendrían que ir a la cárcel.

    Permafrost, creo que Jon calificaría al General Napier como «del primer testamento» o algo así…jeje… verdad Jon??

  4. No se porque extraña razon el articulo del Sr Puente me ha recordado la escena de la película ‘Perdita Durango’ en la que Rosie Pérez ‘viola suavemente’ al tio que secuestran. Salvando las distancias, algo parecido ha ocurrido en Rusia. Un ladrón entró a robar en un salón de belleza y la estilista consiguió reducirle usando artes marciales. Le esposó y lo llevó a la bodega trasera, donde le suministró Viagra y lo tuvo como juguete sexual durante 48 horas. Cuando fué liberado, el ladrón acudió a un hospital para ser atendido de lesiones en los genitales…jeje.

    La plena liberacion de la mujer aun no ha llegado.
    ¿que sera de nosotros ,cuando llegue?

    “You say that it is your custom to burn widows. Very well. We also have a custom: when men burn a woman alive, we tie a rope around their necks and we hang them. Build your funeral pyre; beside it, my carpenters will build a gallows. You may follow your custom. And then we will follow ours”

  5. Gracias Frans, pero sigo en la nube.

    Ayer en Gernika, se nos cayeron algunas lágrimas … de ilusión. Sigo sin lavarme la mano tras estrechársela al nuevo Lehendakari.

  6. Gracias por la historia, Frans. Solo unos aupuntes. Quieres separar el islam de todas estas prácticas, y me parece loable, pero lo cierto es que, si bien todas las religiones pueden usarse para la opresión en el ámbito doméstico, y fuera de él, no todas son iguales. Por lo que tengo leído, hay estudiosos que creen que el cristianismo ha ayudado significativamente a la igualdad entre los sexos, pero no por una cuestión doctrinal, sino por un conjunto de prácticas (muchas de ellas romanas, adaptadas) que permiten a la mujer un mayor control de la propiedad, con cosas como heredar y nombrar herederos y, sobre todo, no casarse si no quiere. Para ello, especialmente para las mujeres acomodadas, fueron muy importantes los conventos (su versión más emancipada, las comunidades de beguinas, ni siquiera tomaban los votos; en tu ciudad hubo una muy célebre). El Islam es mejor que otras religiones (preislámicas) en derechos femeninos, pero tira más al lado malo del espectro.

    En todo caso, lo espiritual, y hasta lo intrínsecamente cultural parecen secundarios aquí. El destino, normalmente muy duro, de las mujeres relativametne acomodadas, como G., en las sociedades tradicionales y jerárquicas es un rompecabezas para los antropólogos, pero se debe tener en cuenta que no es «cultura» sino en un sentido muy lato: lo que le sucede a G. le puede suceder a una mujer árabe (aunque es menos probable), o a una mujer china o bengalí. Si no es el Islam el responsable (aunque el Islam sea una religión que se adapta muy bien a este tipo de organización familiar) , entonces tampoco es «la cultura afgana», las responsable, porque el matrimonio no autónomo y sus servidumbres, en el contexto de una sociedad jerárquica, son mucho más generales. Es una conjunción de factores que afecta todavía a la mitad del planeta: sociedades agrícolas, desigualdad social, mercados muy imperfectos, en los que el matrimonio es una transacción esencial de recursos y bienestar y el honor tiene un valor económico muy elevado, entre otras cosas. No sabemos muy bien cómo funciona, pero sabemos que se cura con el capitalismo. Que tiene otros males.

    (Coda: hoy viene el el País una reseña de una encuesta Gallup internacional: los musulmanes están mejor integrados en EEUU que en Europa. ¿Por qué puede ser?)

  7. Impresionante artículo, Frans. Enhorabuena. La historia real que ilustra la tesis es conmovedora, y estoy de acuerdo, cómo no, con todas las premisas de tu argumentación y con la conclusión. Multiculturalismo sí; de hecho, como tantas veces hemos comentado aquí, una sociedad tan avanzada (la que más) a todos los niveles como los USA se caracteriza por la pluralidad cultural y racial, siendo como es tierra de aluvión. Y para llegar al punto de hoy las circunstancias no son pacíficas. Pero interpretación absoluta y acrítica del multiculturalismo, no. El límite está más que claro, y no es otro que el escrupuloso respeto a los derechos fundamentales que rigen nuestra convivencia social y política. Es básico y es indiscutible. Recuerdo un caso similar al de G., no sé si en sus circunstancias y peripecias tan sangrante, que es el de un proceso abierto actualmente en Huelva, en vista oral (no conozco si se ha fallado ya) contra un matrimonio de procedencia mauritana que había concertado la «venta en matrimonio» de su hija, menor de edad, con un adulto de su misma nacionalidad.

    Todavía con el éxtasis: yo sigo igualmente contento con la toma de posesión de Patxi. El día de ayer dejó una serie de imágenes, de gestos, de pequeños detalles, incluso sonidos diferentes (ese aurresku interpretada su música con el oboe), que hacen aventurar tiempos mejores. Cuando menos, sueño con la estabilidad que se va a ganar. Llevamos más de diez años, gracias a Ibarretxe, sufriendo cada día la puesta en cuestión del marco de convivencia de los vascos y vascas. Es como trabajar en un edificio inestable cuyos suelos se mueven y no te dejan ocuparte de tu verdadera laboe, siempre con la sensación de que te vas a hundir o que te va a caer el techo encima. Ahora, ratificado el compromiso contitucional y estatutario del Lehendakari, el nuevo gobierno podrá ocuparse de las cosas que verdaderamente interesan a la ciudadanía, como el empleo, la vivienda, los servicios, el ilusionante futuro que alumbra la llegada de la Alta Velocidad, …… y la paz.

    Aunque no comparto al cien por cien los recatos de Don Cicuta, los comprendo. Yo hubiese querido otro pacto, no es la primera vez que lo digo, pero quien tenía que haber hecho el esfuerzo de acercamiento, de moderación, no lo hizo, postergando incluso a los que sí hubiesen rendido ese esfuerzo (como Imaz). Cada día nos desayunamos con una burrada nueva que justifica el camino emprendido. Urkullu se dejó caer con lo de la «mano sudada». Hoy Anasagasti se arrastra con el «asco» que siente por la «democracia española». Querido Don Cicuta, no ha sido posible, el sector comandante del nacionalismo vasco sigue mirando al siglo XIX y a los fueros, y los demás debemos mirar hacia delante.

    Posdatilla: entre los gestos e imágenes de ayer quiero destacar dos muy concretos. Uno, la emoción sincera que percibí en algunos diputados del PP vasco. Otro, el abrazo del Lehendakari con Mayte Pagaza. Quiero creer que es la muestra de que la herida que nunca se debió producir, la división entre demócratas y más concretamente entre constitucionalistas a cuenta del terrorismo, está siendo curada a buen ritmo. La ausencia en Euskadi de un señor y una señora, uno nostálgico de los años de Tito Paco, otra con el mismo afán de protagonismo que su amiga de Sodupe, ayudarán a la cosa.

    Buenas tardes.

  8. Me parece tramposo el artículo de mi siempre admirado van den Broek. No veo conexión alguna, francamente, entre la historia que cuenta y la política multicultural de Holanda. La ley holandesa, al igual que las leyes de los países civilizados, establece que es un delito la agresión física, el maltrato, e incluso ciertas formas de acoso psicológico. La señora G. fue víctima de un delito de agresión, de eso no hay duda, y si hubiera interpuesto una denuncia y presentado pruebas (informes médicos, etc.), la familia de su marido podría haber acabado en la cárcel.

    ¿Qué hizo mal el Estado holandés en esta historia? NO alcanzo a verlo. Por lo que el propio van den Broek cuenta, gracias a una generosa política social, la señora G. pudo escapar de aquella opresiva y criminal familia y encontrar acogida en un centro que la protegió. Es más, ese mismo Estado le dio recursos para que estudiara la lengua nacional, el neerlandés, y pudiera integrarse en la sociedad holandesa.

    El multiculturalismo, por lo que yo sé, no mantiene la tesis absurda de que todo esté permitido en nombre de la cultura. Eso es uno de los lugares comunes que propalan los liberes sin base de nigún tipo. Por supuesto que habrá algún desquiciado en alguna universidad de tercera categoría que defienda tesis relativistas extremas, pero en general se trata del típico «strawman» inventado por los liberales para hacer sangre con las ideas progresistas. Quienes hayan leído defensas inteligentes del culturalismo, como la de Charles Taylor, sabrán que el multiculturalismo no consiste en consentir que se quemen viudas o se someta a mujeres a un regimen de esclavitud doméstica. Se trata más bien de encontrar un equilibrio entre los valores culturales y los derechos individuales. Tratar de argumentar que los multiculturalistas abrazan un relativisto tan extremo que les lleva a aprobar la ablación de clítoris o cosas así sería como argumentar que el liberalismo occidental lleva a las matanzas coloniales perpetradas por los civilizados estados occidentales: puritita demagogia.

    PD para Tareq: quien quiera entender por qué los musulmanes se integran mejor en EEUU que en Europa, puede leer el libro de Marc Sageman, Leaderless Jihad, que dedica muchas páginas a ese asunto.

    PD2: Teoura (por ayer), la ironía como único recurso argumentativo tiene rendimientos decrecientes. Con el paso del tiempo, deja de funcionar y pone al descubierto la ausencia de razones, haya hermeneusis o exégesis.

  9. Como coincido en lo fundamental con el artículo, y en breve me sumo a la fiesta vasca, sólo anotar algo que me ha llamado la atención del artículo, y que sin duda se deberá a un lapsus. Escribe Frans : «En ninguno de mis mundos posibles debería ser aceptable romperle la espalda a una mujer inocente… Sobra, evidentemente, ese «inocente».

    ¡¡¡¡Viva Patxi!!!!!

  10. Impresonante el artículo de Frans. E impresionante la historia que cuenta. Pero yo no entiendo por qué esta impresionante mujer no ha presentado una denuncia contra los malhechores que le han destrozado la vida y por qué estos no están en la cárcel en Holanda.
    De acuerdo con el matiz de Polonio.

  11. Queridos amigos y amigas, después de los espectáculos de El Bigotes, Correa, el sastre, las conversaciones casi eróticas de Camps con el binguero Bigotes antes mencionado, las imputaciones de cargos electos del PP (diputados regionales), las fianzas, el Jaguar de Sepúlveda, los cumples de los nenes de Ana Mato, etc ….. una pequeña anécdota «familiar» más:

    http://www.publico.es/espana/224073/aguirre

    Posdatilla: sois unos puntillosos con los matices. Lo de «mujer inocente» es seguro una redundancia o una licencia literaria. Como lo de los «derechos viriles». Muy gráfico para mayor comprensión ….. y yo tampoco me explico como G. no trató de entrullar a las puta familia política que le «tocó» en suerte. De todas formas, tengamos en cuenta el elemento miedo pavoroso que rodea muchas de esas situaciones de violencia sexista o de violencia familiar; aquí lo vemos muchos días con doloroso motivo, tanto más si esa persona, G., procedente de otro ámbito cultural, todavía no está familiarizada con la realidad institucional y legal del país de adopción. Es (lamentáblemente) comprensibe.

    Buenas tardes.

  12. Hoy estoy completamente de acuerdo con el ayer intransigente D. Cicuta. «Â¿Qué hizo mal el Estado holandés en esta historia? NO alcanzo a verlo. Por lo que el propio van den Broek cuenta, gracias a una generosa política social, la señora G. pudo escapar de aquella opresiva y criminal familia y encontrar acogida en un centro que la protegió. Es más, ese mismo Estado le dio recursos para que estudiara la lengua nacional, el neerlandés, y pudiera integrarse en la sociedad holandesa.»

  13. Muchas gracias, queridos amigos, por todos los comentarios. Me queda replicar a algunos de ellos: no he dicho que el gobierno holandes haya hecho algo malo en general, lo escribo claramente, diciendo que hay mucho de bueno en la legalidad vigente y en las instituciones de ayuda. He dicho que algo debe de andar mal en la politica de acogida, si casos como estos todavia ocurren, y muy a menudo. Esto es, si alguien llega como refugiado, tiene que haber un seguimiento de la persona que llega, sobre todo de las mujeres, porque de lo contrario se las puede entregar a las manos de enajenados. Esto no ocurre con la adecuada profesionalidad. He trabajado en estas instituciones, y puedo afirmar, enfaticamente, que en ellas abundan gente de mentalidad burocratica y hasta sadica. Esto no depende de la ley, sino de su ejecucion. Ademas, Holanda ha sido acusada mas de una vez por la union Europea de una politica de inmigracion cada vez mas restrictiva y en franco enfrentamiento con ciertos derechos del individuo. Se escucha poco, pero aqui tambien murio alguien con cinta adhesiva en la boca, asfixiado mientras lo expulsaban. No se recuerda, pero tambien pusieron a refugiados en medio de un campo pantanoso, en el invierno, en tiendas del ejercito. De otro lado, repito, el gobierno holandes llevo a cabo una politica expresa de pilarizacion de las minorias, haciendo representantes de las mismas a jefes de mafias etnicas con ninguna representacion democratica, jamas elegidos y apuntados a dedo. Esta politica continua. Y lo que ha conseguido son los guetos de hoy en dia. si hasta existen escuelas llamadas oficialmente ‘ escuelas negras’, por su proporcion mayoritaria de cabezas negras. Negras traduce la palabra oficial: zwart. Es en este sentido que ciertas nociones diluidas y tergiversadas de multicultuyralismo han resultado en politicas nocivas. No hay que olvidar que el burocrata que disena politicas locales no siempre ha leido a Charles Taylor, y si lo ha hecho, lews aseguro que es muy probable que no lo haya entendido. Repito: trabaje con ellos.
    Y que G. no se hubiera atrevido a ir a la policia al principio -si que fue despues- es mas que comprensible para alguien que conozca a esta gente. Me refiero a hechos que ocurren en la ejecucion. La politica de respeto a costumbres foraneas es parte de los logros del estado de derecho, pero pretender que no requieren ajustes y remiendos es negarse a ver lo que pasa. Ni siquiera Holanda es perfecta, despues de todo.

  14. Dramática historia la de la señora G. que, a pesar de todo, tuvo la suerte de acabar en Holanda y dar con la oficina de Frans van den Broek. ¡Cuántas otras personas -cuántas otras mujeres- viven entre padecimientos, sin que podamos imaginarnos si quiera el calvario por el que pasan hasta el día de su muerte! Así que no me queda más que felicitar al imperfecto sistema holandés de asistencia social, sin que eso suponga dar un cheque en blanco a todas las políticas sociales o de inmigración holandesas, pero sin olvidarme tampoco de que, a pesar de sus defectos y de todo lo que esté por mejorar, Holanda cuenta con una de las mejores redes de ayuda a inmigrantes con problemas del mundo.

    Me quedo con la argumentación de A.Tareq sobre las causas de lo que le ocurrió a la señora G: ni es sólo el Islam, ni la culpa es simplemente de la cultura afgana; las causas hay que buscarlas en un compendio de factores que tienen que ver con el subdesarrollo. También me quedo con la manifestación de Don Cicuta de que el multiculturalismo no defiende que todo esté permitido en nombre de la cultura, aunque me temo que hay demasiados relativistas culturales que, habiendo o no leído a Charles Taylor, defienden a capa y espada la pureza del respeto a todas las culturas, situando sus prácticas al mismo nivel que las que se llevan a cabo en otras.

    En resumen, me inclino a pensar como el General Sir Charles James Napier, al que se refería Permafrost: ¿quieres que respete tu cultura? muy bien, entonces tú tendrás que respetar la mía; si quemas a una viuda viva junto al cadáver de su marido, tendré que colgarte.

  15. Que dice el juez Fernando Andreu (¿les suena?) que como es indiscutible que el caso de los piratas somalíes es suyo, y sólo suyo, que le parece fatal eso de entregarlos a Kenia, porque el caso es suyo y sólo suyo, y que no está por la labor por mucho que se ponga el fiscal y que les deja en libertad y eso que está convencido de la gravedad de los delitos que se les imputan de que se van a fugar, pero que no tiene más remedio que hacerlo, porque él no es partidario de la idea del Consejo de la Unión Europea (que sean entregados a las Fuerzas integradas de EUNAVFOR para que a su vez los entreguen a las autoridades de Kenia), ya que -dice la criatura-, eso incumpliría las normas de extradición y de enjuiciamiento criminal, y que además piensa seguir instruyendo el caso, que es indiscutiblemente suyo aunque ya cae en la cuenta de no terminará enjuiciandolos y bien que lo siente. Pero si él no los enjuicia que no los enjuicie nadie y queden libres, ea.

    Más o menos es eso lo que dice este personaje en su Auto:

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  16. He llegado hace un rato de viaje y me encuentro con un debate que más que interesarme, creo que me apasiona: ¿es cultura la práctica de quemarle con ácido la cara a la mujer, la de quemar o enterrar vivas a las viudas, la de violar a las esposas, la de vender a las hijas pequeñas ofreciéndolas en matrimonio por unos camellos, como fue el caso de la escritora y actual modelo Waris Dirie (somalí), la de destruirles los genitales, a menudo cuando son niñas, la de no permitirles ir al médico, ni estudiar, ni trabajar, excepto cuando están obligadas a ello (a trabajar) por un jerarca familiar que las esclaviza? En definitiva, ¿es cultura moler a palos a las mujeres y no permitirles ser personas? Sin duda es tradición en muchos países, razón por la que estuve tan a favor de la intervención en Afghanistan. Un millon de mujeres se alfabetizaron en poco tiempo después de dicha intervención. Y seguramente muchas otras pudieron sobrevivir por lo mismo.
    Totalmente de acuerdo con la máxima del General citado; por supuesto que no se puede respetar semejante «cultura». Sus practicantes deben ir a la carcel. Y, efectivamente, se oye demasiado a menudo la confusión existente entre el relativismo cultural y la defensa del multiculturalismo. Por otra parte, la ghetización de los inmigrantes no es en mi opinión la mejor forma de su integración.
    En EEUU no solo los diferentes grupos de inmigrantes vivían agrupados en ghetos, sino los propios afroamericanos, que aún siguen. Claramente, la forma en que se constituyó esa sociedad fue muy diferente a las europeas.

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